Como en una vieja novela policial de quiosco, la columna intenta explicar la misteriosa evaporación de la deuda del Banco Central.
En la conferencia conjunta de prensa, el ministro de Economía y el presidente del Banco Central anunciaron su decisión de transferir la deuda de esa institución al Tesoro, para así tener las manos libres cuando se fijara la tasa de interés.
Desde la más sólida ortodoxia, la medida es correcta. El Central jamás debió incurrir en esa deuda, que corresponde totalmente al Tesoro. Lo único lamentable es que ambas instituciones pertenecen al mismo país, y quien debe abonar cualquier deuda es usted, estimado lector.
Como a partir de ese momento se ha generado una discusión entre el Gobierno, que celebra como si las obligaciones se hubieran saldado y varios economistas y analistas que -en un rápido resumen– sostienen que simplemente se cambió de cajón el pagaré y en el afán de hacer un aporte a la comunidad que no tiene la obligación de haber cursado la carrera de Economía ni de adherirse a alguna teoría o escuela económica específica, este espacio tratará de explicar la situación en términos simples, sin fórmulas ni términos esotéricos, para coadyuvar al entendimiento del problema, o a tornarlo más confuso aún, se verá.
¿Cómo nace este monstruo? En 2002 se produjo una corrida cambiaria durante la presidencia de Eduardo Duhalde, con Mario Blejer en la presidencia del Central y Levi Yeyati como su jefe de asesores. En esa instancia, se pensó que esa solución era tentar al público y entidades con un instrumento en pesos que lo protegiera de la inflación con creces, para aflojar la presión sobre el tipo de cambio.
Como el Tesoro no podía emitir deuda porque estaba en default, se recurrió al invento de que fuera el Banco Central el tomador de deuda. Una suerte de manganeta. Así nacen las Letras del Banco Central (Lebacs). La emisión cumplió originalmente su propósito, al costo de aumentar la necesidad de emisión para pagar los enormes intereses que devengaban esos instrumentos de muy corto plazo.
Pasada la corrida, las Lebacs siguieron en pie como un mecanismo para absorber los pesos que con su otra mano emitía el Estado para pagar su déficit, que incluía el alto costo de los intereses de las letras, una suerte de calesita o pirámide de Ponzi fatal. Las Lebacs se vendían tanto a bancos como a particulares, con lo que pronto se popularizaron como un buen refugio contra la inflación y una buena manera de obtener ganancias por encima de la pérdida del valor de la moneda local.
El procedimiento continuó hasta el gobierno de Macri, donde desbordó poco antes de la renuncia del entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, que llevó la emisión de ese instrumento a extremos complicados, si no peligrosos, de un billón de pesos en 2018 para luego crear su sustituto, las Leliqs. Su reemplazante, Luis (Toto) Caputo, se propuso limitar a los bancos la compra de Lebacs y no permitir hacerlo a los privados, y aseguró que eso reduciría el riesgo de la instantaneidad de esos bonos.
En ese momento sostuvo: "El objetivo que siempre estuvo contemplado en el programa con el Fondo que es reducir / eliminar el stock de Lebacs en manos de las entidades no bancarias, esto siempre en el programa con el FMI estaba diseñado que se hacía con el financiamiento del Tesoro. Esto no era una meta rígida, si el Tesoro tenía financiamiento adicional el objetivo era limpiar el balance del Banco Central y eliminar las Lebacs. A nosotros nos pareció que dado el contexto actual era mucho más razonable dado que el mercado no está abierto para que el Tesoro tenga financiamiento en exceso. Entonces le propusimos al FMI cancelar Lebac con reservas lo que le pareció muy razonable. Reservas tenemos de sobra -unos 57.500 millones de dólares-. Podemos cancelar esas Lebacs con las reservas, si las reservas subieran, bien y si tuviéramos que hacer un waiver porque no subieron, bien también. Es razonable cancelar ese pasivo toxico con reservas y esta es la idea global. Llegar a fin de año no haya más Lebacs. ¿Cómo llegaremos a este objetivo? A los bancos les iremos ofreciendo mes a mes Leliqs o Novaqs a medida que venzan las Lebacs, (letras a un año) y a los no Bancos los iremos rescatando como sea, algunos irán a plazo fijo, a fidecomiso, etc."
Y dijo también: "Lo que hemos hecho hoy es espectacular. Desde todo punto de vista. Es buenismo para el Tesoro, para el funcionamiento del sistema financiero, porque reordena la economía. Para el Central porque nos ordena la política monetaria, nos hace más efectivo la política monetaria para controlar la inflación, algo en que estamos en deuda, porque la realidad la política no fue muy efectiva porque era difícil, esto lo hace más potente. Es algo mejor para el país. Esta medida ataca el corazón del problema. Porque estas medidas sirven para controlar mejor la inflación y tener una política monetaria más efectiva y tener una economía más ordenada".
Esto útimo, bastante parecido a lo que dijo la semana pasada, 6 años después, en la conferencia de prensa, si se analiza.
Como es sabido, las Lebacs posteriormente desaparecieron pero sus sustitutas, las Leliqs, o Letras de liquidez, creadas por Sturzenegger pero fuertemente impulsadas por el nuevo presidente del Central de entonces, Guido Sandleris, crecieron hasta casi explotar durante su gestión y durante las gestiones posteriores de Fernández y Massa, donde llegaron al escándalo. El Plan Platita, el gasto financiado con emisión pura y luego tratando de neutralizar el efecto inflacionario y cambiario tentando a los bancos y al ahorrista con tasas suicidas.
El inminente estallido del sistema llevó a que los plazos de la deuda se fueran acortando al máximo y las Leliqs se dejaran de lado hasta llegar a los famosos pases, prácticamente una operatoria diaria, con la precariedad consecuente. El gobierno de Milei bajó las tasas de esos papeles notoriamente y emitió también un nuevo bono, a dos años el Bopreal, en dólares, con el que trató de resolver el problema de los importadores, un mecanismo compulsivo que se suma al problema de las Leliqs, los pases y similares. Todos en definitiva instrumentos de endeudamiento del Banco Central, que no se supone que se dedique a tomar deuda alguna.
Ahora, mediante una simple resolución, el Banco Central ha decidido que esa deuda con sus altos intereses la pague el Tesoro. Eso es lo que celebraban el ministro y el presidente del Banco como si hubiera sido un penal atajado del Dibu.
Una especie de Plan Bonex
En la misma conferencia, el ministro anticipó que el pasado lunes mismo se comenzaría a hablar con los bancos. Omitió decir de qué se iba a hablar con los bancos. Pero teniendo en cuenta que el Tesoro tampoco tiene cómo saldar esa deuda, es fácil adivinar su contenido. Como no hay manera de cancelar esos pasivos, los bancos tendrán que conformarse con algún bono que patee el pago para más adelante, a una tasa que necesariamente será mucho menor que la de hoy. No es casualidad que los bancos hayan decidido en su mayor parte no renovar sus pases diarios, lo que provocó la presión de la semana pasada sobre el dólar al aumentar la liquidez.
Le guste o no al Gobierno, se trata de una especie de Plan Bonex para los bancos, (por ahora) como sostuvo y sostiene esta columna. Se les dará algún papel que les servirá para mostrar en sus balance como respaldo de sus depósitos, y seguramente, en caso de dificultades o corridas individuales, se les prometerá alguna ayuda específica. No existe ninguna otra manera de completar la operatoria enunciada por el ministro. Al menos si no se quiere tan solo cambiar de nuevo el apodo del endeudamiento, o sea crear otra sigla que implique lo mismo, con iguales consecuencias.
Todos los bancos del mundo trabajan con una ley de grandes números por la que prestan los depósitos a plazo fijo, en caja de ahorros o en cuenta corriente, reservándose una parte de los fondos de esos depósitos y de su capital como una reserva de seguridad ante cualquier aumento de las extracciones de sus clientes. Ese reserva se llama encaje. A veces se fija por reglamentación, otras veces es privativa de cada banco.
Las Leliqs y formatos correlativos son en cierto modo una suerte de encaje remunerado, o sea con un interés que paga el Estado. La decisión de Caputo lo convierte en encaje no remunerado, de prepotencia, lo que altera el negocio bancario, la tasa de interés que cobra cada entidad por sus préstamos y lo que paga por las inversiones de sus clientes. Lo que es peor, lo hace sobre situaciones pasadas, no futuras. Del mismo modo que el Central prácticamente repudia su deuda pasada y se la transfiere al Tesoro, un insolvente. Hay también un intento de licuación en este movimiento -podrán suponer los mal pensados.
La decisión sobre quién puede o debe o no emitir deuda es correcta. Lo que no puede hacerse es tomar esa decisión después de colocar la deuda, no antes. Además de la burla jurídica que eso puede implicar si se varían las condiciones, ahora comienza una pulseada con los bancos que ven alterada de un día para el otro su mecánica actuarial y la solidez misma de su negocio.
Caputo y Bausili están ante una disyuntiva. Si avanzan en su idea, pueden crear un problema adicional mayor al que intentan resolver. Si quieren compensar los efectos simplemente habrán cambiado el nombre de la realidad. Además de plantar otro mojón más en la historia de la inseguridad jurídica nacional. Si logran bajar la tasa de interés que pagará el Tesoro a los bancos, también bajará la tasa de referencia, lo que puede provocar una disparada del dolar paralelo, si la inflación no baja en la misma medida, es decir si la tasa neta no es positiva.
Nada de todo esto cambia ninguna cifra ni resuelve ningún problema de la sociedad, tal vez al contrario. El problema de la deuda del Central, que primero se iba a resolver con el uso de reservas, después con un supuesto préstamo de alguna entidad o grupo de entidades internacionales, luego con un bono en pesos respaldado por obligaciones del Tesoro en pesos en poder del Banco Central, ahora se resuelve simple y mágicamente cambiando unilateralmente el deudor.
Protegido por un grupo importante de creyentes que prefieren no advertir las incoherencias y los cambios de dirección presentados como “nuevas etapas” de un plan supuestamente preestablecido, el Gobierno corre el riesgo de creerse la realidad virtual que trasmite.
En un implícito reconocimiento de que no se quemará el Banco Central, el ministro ha sostenido que lo que se busca es aumentar la Base Monetaria, que es lo que se ha venido haciendo hace décadas y lo que ha creado esta masa de deuda imposible de manejar, ahora virtualmente repudiada.
Lo que mantiene la inflación relativamente en caja hasta ahora y la tolerancia al ajuste por parte de la sociedad, es esencialmente la confianza en que se están haciendo las cosas bien. Eso incluye reconocer los propios errores o las propias imposibilidades. Dibujar los éxitos no parece un buen camino para conservar esa confianza.
El sistema ideado para hacer desaparecer la deuda parece tan mágico que puede hacer pensar a muchos ex funcionarios, consumidores y contribuyentes que sufrieron todo este tiempo los efectos y costos de esta carga: - ¡¿Cómo no se me ocurrió?!
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